Enseñar desde la herida: la docencia en México como acto de amor, rebeldía y memoria
- Jessica Peña
- 18 may
- 5 Min. de lectura
Cada 15 de mayo en México se recuerda a las y los docentes y se les conmemora, pero más allá de festejos y agradecimiento, esta fecha debe hacernos pensar en lo que significa y todo lo que realmente implica enseñar en este país.
En muchas regiones, dar clases ha sido un acto de amor, valor, resistencia y rebeldía. Hoy, quiero hablar desde el corazón sobre quienes han enseñado a pesar del miedo, del silencio y del olvido. Quiero contar historias que no siempre están en los libros, pero que siguen vivas en la memoria de nuestras comunidades.
Orígenes que duelen
Hace más de 100 años, muchas maestras y maestros rurales fueron asesinados por enseñar. Durante la Guerra Cristera, entre 1926 y 1929, grupos fanáticos atacaron a quienes educaban en pueblos y rancherías, pues, no querían que las niñas y los niños aprendieran a leer o a pensar por sí mismos, así que no solo quemaron escuelas, libros, sino también las vidas de quienes enseñaban.
En 1935, el presidente Lázaro Cárdenas ordenó que cada año se recordara a diez de estos maestros y maestras que fueron asesinados solo por cumplir con su trabajo, representando no un homenaje vacío, sino un grito para que no se olvidara el precio que se ha pagado por la educación pública en México (Raby, 1974; Frausto Crotte, 2001).
Hoy no escribo para aplaudir, sino para no olvidar. No olvidarles. Conmemoramos el Día de la docencia no solo desde la fiesta, sino también desde la herida: desde el eco de los nombres que nos duelen, de las aulas vacías que fueron escenario de brutalidades.
Enseñar en México ha sido, en muchos momentos, un acto de sacrificio. No se trata de romantizar la precariedad, sino de recordar que, en esta tierra, pensar también ha costado la vida.
No basta con diplomas, discursos bonitos e incentivos económicos, se trata de vencer al olvido. Que cada 15 de mayo sirva para hacer memoria, abrir el corazón y rescatar la dignidad de quienes, con o sin pizarrón, se atrevieron - y siguen decidiendo - dedicar su vida a enseñar.
Pase de lista: quienes enseñaron hasta el final
La maestra María Rodríguez Murillo fue una mujer valiente. En 1935, en Huiscolco, Zacatecas, se negó a dejar su escuela; por eso, fue atacada por cristeros que la golpearon, la violaron y la mutilaron. Su historia estremece, pero también nos recuerda la fuerza de quienes no se rinden y de quienes vale la pena seguir nombrando (Raby, 1974; Frausto Crotte, 2001).
Carlos Toledano, un maestro de Veracruz, fue quemado vivo frente a sus alumnos. Lo ataron con alambre y usaron los libros y muebles de su escuela para hacer una hoguera (Baltazar Vázquez, 2005).
En Puebla, tres maestros rurales fueron apuñalados al mismo tiempo, en sus aulas, mientras daban clases. Se llamaban Carlos Sayago, Carlos Pastrana y Librado Labastida (Reguer, 1997).
Y también están Micaela y Enriqueta Palacios, dos hermanas que enseñaban en Jalisco. Fueron atacadas junto a su padre, les cortaron las orejas y les dijeron que si seguían educando, las matarían.
Estas historias duelen, pero también inspiran. Porque a pesar de todo, hoy en muchas comunidades hay maestras y maestros que siguen dando clases en condiciones difíciles, con techos rotos, sin agua, sin libros suficientes, a manos del crimen organizado, pero sin la esperanza mutilada y el ímpetu íntegro.
No solo enseñan matemáticas o lectura, enseñan a sostener los sueños, a observar, pensar y mirarse. Cuidan, acompañan, escuchan, abrazan, alimentan, resguardan. Enseñan a defender los derechos, a levantar la voz, a imaginar un futuro diferente, a habitar el mundo de otras formas. A ver lo que no siempre es visible a primera vista.
Resistiendo dentro y fuera del aula
Hoy, también vemos emerger nuevas formas de hacer visible esta entrega. En redes sociales, cada vez más docentes comparten su día a día: muestran cómo improvisan juegos con materiales reciclados, cómo acompañan a niñas y niños que llegan sin desayunar, cómo dan clases en aulas abiertas bajo árboles, o cómo improvisan sillas con ladrillos. En esos videos virales no hay espectáculo: hay verdad y hay ternura.
Hay maestras que explican mientras peinan a sus alumnas porque en casa nadie lo hizo, hay maestros que, entre clases, consuelan a un niño que acaba de perder a su mamá, mostrando esa otra cara de la docencia, una que no siempre sale en los informes de gobierno, pero que se vuelve ejemplo y consuelo para miles de personas.
Esas publicaciones conmueven, porque en un mundo que a menudo es cruel y desinteresado, ver a alguien enseñar con el alma nos recuerda que aún hay esperanza. No es casual que estas historias se hagan virales: son pequeños actos de humanidad en medio de tanta indiferencia, pues nos muestran que ser docente no es solo transmitir conocimientos, sino acompañar procesos, acoger dolores, y sembrar dignidad donde parece que solo hay abandono.
Recordar a quienes enseñaron antes que nosotros es un acto de justicia porque la educación que hoy tenemos fue construida con esfuerzo, con valentía, a base de la pérdida de vidas que tenemos que seguir recordando.
Hoy, enseñar sigue siendo una forma de amor. Y nombrar a quienes lo hicieron hasta el final, es una forma de cuidar su legado. Enseñar no es solo un trabajo, es un llamado que algunas personas escuchan con el alma. Porque detrás de cada clase hay una historia compartida. Están las casas que se abrieron con confianza, los ojos pequeños que miraron con curiosidad y cariño, las manos que se extendieron con preguntas, con dibujos, con abrazos sinceros.
Están las niñas y niños que, sin saberlo, enseñan también. Que devuelven con creces lo que reciben, que transforman cada día en una oportunidad para crecer, reír y comprender el mundo desde otra orilla: la de la ternura. Son ellas y ellos quienes sostienen la vocación de quienes educan. Son el centro, el corazón y la razón de todo.
En este caminar también hay colegas que acompañan, inspiran, consuelan, que ayudan a volver a creer cuando el camino se vuelve difícil; hay aprendizajes que se comparten no solo en el aula, sino para toda la vida. Porque la docencia se parece mucho a eso, a una vida que se multiplica con cada encuentro.
Por eso, hoy no solo celebramos años de servicio, sino años de entrega, de siembra, de confianza mutua, años de permitir que el mundo entre al aula y que el aula salga a abrazar el mundo. Que nunca se apague la llama de enseñar, que la sabiduría nos encuentre con paciencia, temple y ternura radical, para seguir haciendo lo que sabemos hacer: amar a través del conocimiento y de compartir todo aquello que se sabe y de descubrir lo que aún está por descubrirse.
A quienes enseñan en cualquier rincón del país, con cualquier medio y bajo cualquier condición, les abrazamos y les agradecemos. Que la memoria, la dignidad y la ternura nos acompañen siempre. Feliz día a todas las personas que ejercen la docencia.

Referencias
Baltazar Vázquez, M. (2005). Altotonga: un pueblo con historia. Veracruz: Ediciones Municipales. Frausto Crotte, S. (2001, 17 de junio). Maestra María R. Murillo. Víctima de fanatismo y rencor religioso. El Universal.
Raby, D. L. (1974). Educación y revolución social en México, 1921-1940. México: SEP.
Reguer, C. (1997). Dios y mi derecho (Tomo 4). México: Editorial Jus.
Jessica, eres un estuche de monerías,
definitivamente una mujer de fuego, de
mirada firme y paso que desafía,
con alma libre y causa por emblema.
Eres mujer que escribe su destino,
que no pide permiso ni perdona,
pero abraza, consuela y también sueña,
con un mundo más justo, libre y rosa.
Siempre fan de ti, te tu trabajo, de tu pasión, de tu amor por lo que haces. Enseñar es revolucionario.