¿Quién cuida a las que cuidan?
- Jessica Peña
- 10 may
- 7 Min. de lectura
Cada año, en el Día de las Madres, resuena en muchas casas, escuelas, restaurantes, plazas y eventos una melodía que evoca recuerdos y emociones con sus versos: "A ti que me diste tu vida, tu amor y tu espacio, a ti que cargaste en tu vientre dolor y cansancio, a ti que peleaste con uñas y dientes (…) a ti mi guerrera invencible, a ti luchadora incansable…” Muchos pulmones se llenan para prepararse a cantar con tono nostálgico y agradecido, listos para rendir homenaje a las madres que han dado todo por sus hijas e hijos. Pero ¿qué hay más allá de las palabras y la melodía?
Antes de pasar al tema de las maternidades humanas, haciendo énfasis en la letra escrita por Denisse de Kalafe, te quiero compartir algunos datos sobre las maternidades dentro del vasto reino animal, donde se manifiesta como un acto de entrega conmovedora profundamente poético:
Las elefantas, por ejemplo, viven en estructuras matriarcales donde el cuidado de las crías es colectivo; las madres son asistidas por “tías” y “abuelas” que ayudan a criar, proteger y enseñar a los pequeños durante años, mostrando cómo la maternidad puede ser una responsabilidad compartida (Moss, 1988). En las frías montañas, las osas grizzly amamantan y defienden ferozmente a sus cachorros durante los primeros dos años de vida, dispuestas incluso a morir en su defensa, lo que ha sido ampliamente documentado en estudios de comportamiento animal (Craighead & Mitchell, 1982). En el mar profundo, la madre pulpo se convierte en una trágica heroína: tras depositar miles de huevos, deja de alimentarse, los oxigena constantemente y los protege hasta que nacen, muriendo justo después, en un acto final de amor que ha sido observado en condiciones tanto salvajes como de laboratorio (Anderson et al., 2002).
Estos actos no responden solamente al instinto: son gestos de cuidado, resistencia y sentido colectivo que interpelan nuestras concepciones humanas sobre la crianza y el sacrificio. Sin embargo, estos gestos, que pueden o no justificarse sobre lo biológico y sostenerse con el discurso de los instintos, nos da para pensar, ¿por qué son siempre – o mayoritariamente – las hembras, las responsables del cuidado y crianza de los bebés?
En muchas culturas del mundo, la maternidad ha sido históricamente una carga casi sagrada, asumida de manera exclusiva por las mujeres, en contextos que muchas veces rozan lo extremo. En regiones del sur de Madagascar, por ejemplo, las mujeres Bara deben dar a luz solas, alejadas del grupo, como prueba de resistencia y fortaleza; si sobreviven, se las considera más capaces para criar, perpetuando una lógica de maternidad como hazaña individualista y sufriente (Astuti, 1995).
En Nepal, hasta hace muy poco, muchas mujeres eran obligadas a aislarse con sus hijas e hijos recién nacidos durante el puerperio en chozas llamadas chhaupadi, debido a tabúes sobre la menstruación y la impureza posparto, exponiéndose al frío, mordeduras de animales o asfixia, mientras sostenían solas el cuidado del recién nacido (Amatya et al., 2018).
En México, sobre todo en comunidades indígenas y rurales, no es raro que niñas y adolescentes entre 10 y 14 años se conviertan en madres sin haber concluido siquiera la primaria, enfrentando maternidades forzadas o impuestas por violencia sexual, sin redes de apoyo y bajo el peso de tradiciones patriarcales que las responsabilizan desde el silencio (INEGI, 2022). En Etiopía, mujeres de comunidades afar caminan decenas de kilómetros para conseguir agua con sus bebés atados al cuerpo, mientras otras hijas mayores cuidan a los más pequeños en casa, normalizando la transmisión intergeneracional del cuidado como destino femenino (Save the Children, 2015).
Estas historias no solo reflejan la dureza material que enfrentan muchas madres, sino también el mandato simbólico que las nombra únicas responsables del cuidado, incluso cuando las condiciones son inhumanas. Bajo estas lógicas, la maternidad no se acompaña: se sobrevive.
En la región del Altiplano boliviano, muchas mujeres aymaras crían solas a sus hijos mientras sus parejas migran por trabajo a Argentina o Chile, cargando no solo con el cuidado diario, sino también con el duelo migratorio, la incertidumbre económica y el aislamiento emocional; lo hacen mientras cultivan la tierra, venden productos en ferias y acompañan a sus hijas e hijos en contextos de racismo estructural y exclusión social (Canessa, 2012). En Palestina, las madres que han perdido a sus parejas en el conflicto sostienen la vida de sus hijas e hijos entre escombros, escuelas improvisadas y toques de queda, escribiendo cartas que no siempre podrán leer, o enseñando que la ternura también es resistencia, incluso en la ocupación (Kawar, 1996).
En Filipinas, el fenómeno de las “madres transnacionales” ha generado una generación de mujeres que emigran solas como trabajadoras del hogar a países lejanos para enviar remesas a sus hijos, a quienes no verán crecer durante años, enfrentando aislamiento emocional, explotación laboral y la constante culpa por una maternidad a distancia (Parreñas, 2001). Y, en las periferias urbanas de América Latina, miles de madres solteras crían a sus hijos en condiciones precarias, sorteando cada día entre el empleo informal, la violencia comunitaria y el machismo institucionalizado, sosteniendo redes invisibles de ayuda mutua que son, muchas veces, las únicas garantías de supervivencia (González de la Rocha, 2007).
Estos relatos conmueven no por su excepcionalidad, sino por su frecuencia silenciada: la maternidad es aquí un campo de batalla, donde las mujeres no solo cuidan, sino que sostienen la vida con el cuerpo, el corazón y, a menudo, con lo único que queda: la esperanza. Con esto, podemos ver que la maternidad, sin importar demasiado el cuerpo que la represente, arrastra consigo una serie de cargas y responsabilidades que sistemáticamente parecen exclusivas de las mujeres.
Mientras el pulpo se inmola por sus huevitos y las mamíferas luchan hasta la muerte por sus hijas e hijos, nosotras, las humanas – madres, hijas de madres y mamás de mamás-, todos los días sostenemos algo y hacemos malabares entre pañales, juntas escolares, trabajos mal pagados y sistemas que aplauden con flores cada 10 de mayo, pero ignoran que se materna a diario, y que representa un acto político de resistencia y rebeldía, no solo un espectáculo para que toda la sociedad mexicana haga alegoría un día alrededor de el, pero olvide este lugar el resto del año.
Parece que a las madres se nos pide la paciencia del elefante, la ferocidad de las leonas, el sacrificio de las focas y el amor incondicional de las gorilas, pero, a diferencia de muchas especies animales, en lo humano hemos creado estructuras sociales y legales que nos fallan a las madres, y por supuesto, como efecto dominó, a nuestras hijas e hijos. No basta con decir que las mujeres somos valientes por criar solas, o peor aún, que somos las responsables por ello, tenemos que recordar que las mamás solteras no existimos, sino que existen los padres ausentes.
Que la categoría de unión civil es independiente a la maternidad, y que la crianza autónoma es un resultado histórico del abandono institucional, no una desición meramente individual por parte de las mujeres.
Hace falta una red pública de cuidados, salarios dignos, leyes que protejan la maternidad sin castigarla, y sobre todo, una transformación cultural que deje de ver la maternidad como un asunto privado o una vocación casi mística adherida natural e instintivamente a las mujeres. Cada año se impulsan un montón de leyes y programas, pero en la práctica, y en la realidad, muchas madres seguimos resolviendo solas lo que debería ser una responsabilidad compartida y colectiva: criar, cuidar, educar, acompañar y sostener la vida.
Porque sí, señora, señora, señora... usted merece más que una canción. Merece descanso, salud mental, derechos laborales, autonomía reproductiva, corresponsabilidad afectiva y tiempo libre sin culpa. Merece saber que su maternidad —en el formato que ha decidido vivirla— no será usada como excusa para sobreexplotarla ni como sinónimo de heroísmo mártir. Usted, que es valiente en su casa y en cualquier lugar, merece ser una mamá feliz, para no olvidar que maternar no es sinónimo de renunciar a su identidad de mujer.
Este texto no busca romantizar la maternidad, sino desromantizar la desigualdad. Porque la pregunta no es solo quién cuida a las que cuidamos… sino abrir las cartas sobre la mesa sobre cuándo, cómo y con qué recursos vamos a empezar a hacerlo entre todas y todos.
A ti, que eres madre: no solo te deseo un feliz 10 de mayo, sino una vida envuelta en el cumplimiento de derechos que procuren tu bienestar y la oportunidad de vivir plenamente, sin que tener hijas e hijos sea un obstáculo estructural para poder desarrollarte.

Dedicado a quien es linda, mi amiga, gaviota y su nombre no solo es mi madre, sino Silvia, una mujer completa más allá de la maravillosa madre y abuela que ha sido con nosotros, sus hijos. Y a Regi, el amor de mi vida, que me da todos los días razones para amar la vida y luchar por ella, agitando las aguas necesarias para que pueda habitar en un mundo mejor que el que nos tocó a nosotras.
Referencias bibliográficas:
Amatya, P., Ghimire, S., Callahan, K. E., Baral, B. K., & Poudel, K. C. (2018). Practice and lived experience of menstrual exiles (Chhaupadi) among adolescent girls in Far-Western Nepal. PLOS ONE, 13(12), e0208260. https://doi.org/10.1371/journal.pone.0208260
Anderson, R. C., Wood, J. B., & Byrne, R. A. (2002). Octopus maternal behavior and death. Marine and Freshwater Behaviour and Physiology, 35(2), 161–166. https://doi.org/10.1080/10236240290025644
Astuti, R. (1995). People of the Sea: Identity and Descent among the Vezo of Madagascar. Cambridge University Press.
Briggs, J. L. (1998). Inuit Morality Play: The Emotional Education of a Three-Year-Old. Yale University Press.
Canessa, A. (2012). Intimate Indigeneities: Race, Sex, and History in the Small Spaces of Andean Life. Duke University Press.
Craighead, J. J., & Mitchell, J. A. (1982). Grizzly Bear. National Geographic Society.
Doi, T. (1973). The Anatomy of Dependence. Kodansha International.
González de la Rocha, M. (2007). The Construction of the Myth of Survival. Development and Change, 38(1), 45–66. https://doi.org/10.1111/j.1467-7660.2007.00403.x
Hewlett, B. S. (2000). Culture, history, and paternal care in Central African foragers and farmers. Developmental Science, 3(3), 195–210. https://doi.org/10.1111/1467-7687.00114
Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI). (2022). Estadísticas a propósito del Día de las Madres. https://www.inegi.org.mx
Kawar, A. (1996). Daughters of Palestine: Leading Women of the Palestinian National Movement. State University of New York Press.
Moss, C. J. (1988). Elephant Memories: Thirteen Years in the Life of an Elephant Family. University of Chicago Press.
Parreñas, R. S. (2001). Servants of Globalization: Women, Migration and Domestic Work. Stanford University Press.
Save the Children. (2015). State of the World's Mothers: The Urban Disadvantage. https://resourcecentre.savethechildren.net
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