La infancia: el terreno olvidado de lo político.
- Jessica Peña
- 29 abr 2024
- 6 Min. de lectura
Actualizado: 1 may 2024
El 29 de marzo de 2024 se anunció la muerte de Camila, una niña de ocho años, originaria de Taxco, quien se encaminó a casa de su mejor amiga para jugar, sin saber que en aquel lugar acontecería el final de su vida.
El 09 abril de 2022, se anunció la muerte de Victoria, quien tenía seis años cuando su vida también le fue arrebatada mientras iba camino a la papelería, en un municipio de Querétaro.
El 15 de febrero de 2020 encontraron el cuerpo sin vida de Fátima, de siete años, a quien buscaron durante cuatro días, tras desaparecer de la mano de una conocida, saliendo de su escuela en la alcaldía Tláhuac.
El 14 de octubre de 2018, localizaron el cuerpo de Valeria, de 12 años, en las inmediaciones de un templo religioso, quien habría desaparecido tras salir a la tienda cerca de su casa en el municipio de Cuautitlán, Estado de México.
El 18 marzo de 2017, cerca del Bordo de Xochiaca, municipio también del Estado de México, encontraron el cuerpo de Lupita, de cuatro años, quien habría sido asesinada por mojar su cama y llorar en medio de la madrugada, a manos de sus cuidadores, según las declaraciones que estos hicieron a las autoridades cuando les cuestionaron los motivos que les llevaron a cometer tal atrocidad.
El 08 de junio del mismo año, el cuerpo de Valeria, de once años, fue encontrado en una combi en el municipio de Nezahualcóyotl, Estado de México, quien fue asesinada por el conductor de la unidad, mientras ella se trasladaba a su casa tras salir de la escuela.
El 23 de octubre también de ese año, encontraron sin vida a Dayana, de cinco años, tras cuatro meses de búsqueda exhaustiva en el municipio de Navolato, Sinaloa, quien fue secuestrada y subida a la fuerza a una camioneta desconocida.
El 23 de marzo de 2015, en las inmediaciones de la colonia Juárez en Ciudad de México, dentro de una maleta, encontraron el pequeño cuerpo de una bebé de aproximadamente dos años, a quien nadie reclamó, reconoció o identificó; pero que, sin embargo, las autoridades le tuvieron compasión y la bautizaron como Ángela, que bajo el carácter de desconocida, conmovió y llenó de ternura a las responsables del SEMEFO, las cuales solicitaron el permiso para sepultarla dos años después de su localización, para evitar que sus restos quedaran en una fosa común bajo el anonimato y el olvido.
Todas ellas fueron encontradas con signos de violencia, abuso sexual y tortura, con heridas que les provocaron la muerte. Ninguna superaba los doce años. Todas tenían un millón de sueños y pendientes por cumplir, experiencias que vivir y pasos que caminar; sin embargo, adultos y adultas decidieron que no, y terminaron con sus vidas de maneras crueles y desalmadas, ejerciendo toda la fuerza y poder posible hasta cumplir con su retorcido cometido, ¿las razones? Impensables.
Escribirlo y leerlo es doloroso, pero haberlo vivido, declararon todas las madres: “es un infierno”. Entre 2015 y 2022 se produjeron 27 mil 133 asesinatos de mujeres y niñas en nuestro país, de los cuales, 6 mil 689 (25%) fueron clasificados como feminicidios y 20 mil 444 (75%) fueron registrados como homicidios intencionales, de acuerdo con un estudio de la Dirección General de Análisis Legislativo del Instituto Belisario Domínguez (Senado de la República, 2023).
Sin embargo, parecería que ni todas las vidas de nuestras niñas son o serán suficientes para cuestionarnos en qué estamos fallando monumentalmente, para seguir permitiendo que maten, todos los días, de formas tan dolosas, grotescas y salvajes, frente a nosotros, a nuestras pequeñas y pequeños.
Si esto no nos orilla a cuestionarnos cuál es nuestro papel como adultas y adultos dentro del sistema y qué estamos haciendo, no sé qué otros motivos necesitamos para empezar a accionar al respecto.
Si bien en el año de 1924, en México, se señaló el 30 de abril como Día del niño (y la niña), siendo presidente de la República el General Álvaro Obregón y Ministro de Educación Pública el licenciado José Vasconcelos (…) decisión tomada con la finalidad de lograr reafirmar los derechos de los niños [y las niñas], y crear una infancia feliz para un desarrollo pleno e integral como ser humano (…); debido a que el 20 de noviembre de 1959, la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) instituyó la celebración del día internacional de los niños (…) cada país [decidió] un día especial a fin de celebrar a los pequeños de todo el planeta. En esta misma fecha se aprobó también la Declaración de los Derechos del Niño y la Convención Sobre Los Derechos de los Niños (Comisión Nacional de los Derechos Humanos, 2024), y es por ello que esta fecha se define como el marco de conmemoración de las infancias. Sin embargo, ¿cómo es posible que nos sintamos con la autoridad moral de festejar y hacer alegoría cada año si evidentemente estamos en el borde de la negligencia que permite el asesinato de las infancias a lo largo de todo el país (y del mundo)?
Si somos incapaces de garantizar el derecho superlativo que es la vida, ¿qué podemos esperar del resto? Tenemos que asumir la responsabilidad al ser cómplices, y empezar a denunciar nuestra cobardía al seguir conteniendo nuestras voces al no gritar que las niñas y los niños no son peones de ningún frente de guerra, que cada uno de ellos no son soldados que la Patria te da y que no tendrían por qué estar librando las batallas de un Estado y sociedad fallidos.
Que, por el contrario, son el equilibro, la esperanza y la potencia de recuperar el mundo, que cada día está más podrido a manos de la violencia creciente; porque nosotros, “las y los adultos”, estamos permitiendo su destrucción y estamos facilitando que se disuelva y se desintegre entre nuestros dedos; que somos nosotros, la parte y contraparte, las y los perpetradores pero también las y los copartícipes. Hemos permitido que la maldad secuestre la libertad de nuestras niñas y niños, quienes no están seguros o a salvo ni en las escuelas, ni dentro de sus propias casas; y, que además, corren el riesgo permanente incluso en manos de sus genitoras y genitores, pero que también están en peligro bajo el cuidado de cualquier persona adulta, en cualquier lugar y contexto, a cualquier hora, sin importar su edad.
Hemos olvidado que la infancia es un territorio dentro de lo político, donde sus vidas, sus voces, sus ideas y propuestas cuentan, son importantes y tienen valor. Que las niñas y los niños son sujetos de derecho y que es una burla que hoy, los animales domésticos tengan más acceso a los espacios públicos que ellos.
Desde hace décadas las calles ya no suenan a balones golpeando porterías improvisadas o bardas, no se escuchan risas desvaneciéndose por el ancho de las calles o los rincones de los patios; ahora las infancias se esconden detrás de árboles y autos para evitar ser apuntadas por un arma, no para encontrar el mejor escondite: Esconderse es parte de su realidad, nuestra realidad. Las “carreritas” se han convertido en el medio para su supervivencia. Las “luchitas” no son juegos, sino actos verdaderos de defensa y resistencia contra sus agresoras y agresores, con quienes, muchas niñas han tenido que forcejear para poder mantenerse con vida… tantas veces sin poder lograrlo, pues sus pequeños cuerpos se desvanecieron ante la brutalidad de la violencia adulta. Que ahora, lo único que corre por las calles son las huellas ensangrentadas de los crímenes cometidos contra ellas.
Estamos en la obligación - en medio de este marco conmemorativo - de asumir nuestra incapacidad de cumplir con lo esencial en la vida de nuestras pequeñas y pequeños, y debemos empezar a cuestionar nuestras formas de intervenir en las suyas. Más allá de pensar en el papel que tenemos como guías, tenemos que reflexionar y replantearnos muchos cuestionamientos pendientes (aunque nos incomoden), por ejemplo, cómo el adultocentrismo abona a la degradación de la vida infantil y atenta contra su dignidad humana.
Mientras sigamos en la nulidad de cumplir con los derechos básicos, lo demás es solo privilegio. Tenemos que empezar a reconocer a la infancia como un terreno político, desde el cual, se representa un homenaje a la vida; y por tal, estamos en la obligación de respetar y preservar.
Seguir con el discurso de un ordenamiento del mundo donde pareciera que ellas y ellos son extranjeros a quienes invitamos a un territorio que les es ajeno, no solo es impropio, sino que es sumamente violento, hostil y condescendiente.
Los niños tienen su propia idea de cómo es su vida (Luis Pescetti, 2022), y tenemos que tomar como medida urgente, la capacidad de escucharles. Lo mejor que podemos hacer es comprometernos en la apertura de espacios donde puedan transitar y experimentar, garantizarles las condiciones mínimas básicas para vivir, reeducarnos para comprenderles y atenderles, servirles, respetarles y amarles por el simple hecho de ser la forma de vida más inocente y pura de la condición humana.
Hoy, día de la niña y el niño, no olvidemos que significan el 30% de la población y que sus vidas importan. Importan y estamos permitiendo que nos las arrebaten frente a nosotros y no estamos haciendo lo suficiente por evitarlo, cuando sí podemos y deberíamos tener la capacidad de poder cumplirles con la promesa de construirles un mundo mejor, porque lo merecen y se los debemos.

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